Carta número uno

Empecé este camino antes de saber que sería uno en el que duraría mucho tiempo. Un camino desconocido, completamente nuevo. Era una hoja en blanco, una nueva oportunidad de aprender a expresarme, de crear, de encontrar una nueva versión de mí.

Nació desde una necesidad interna, desde ese sentir de querer explorar quién era, quién soy. Llegué a él por medio de algunas personas que me presentaron a otras, y sembraron en mí la curiosidad de lo que podría ser. En ese momento no había nada aún en el mercado local que llamara mi atención. Y aunque, como todo en la vida, ninguna idea es final, empezó a tomar forma de diversas maneras.
Lo que empezó como una caja de rosas clásica, hoy se ha convertido en algo más orgánico.

Recuerdo esos primeros años… estaba tan aterrada del uso del color y de salirme, aunque fuera un poco, del control que por tantos años se había alojado en mí como un invitado que jamás se quiere ir.
Me lancé.
He atravesado tormentas, momentos de calma, momentos de incertidumbre. Pero, como quien quiere y sabe que hay algo más allá, salté.
Y aunque no había piso —solo pequeños escalones que me sostienen mientras avanzo al siguiente—, me he convertido en una florista de la cual hoy siento respeto, orgullo, y una misericordia que sigo cultivando.

Las flores están en mi vida para enseñarme mucho. Todo depende de qué tan abierta y dispuesta me sienta a ello.
Sea cual sea tu camino, honrálo.
Sea cual sea el paso en el que estás, admíralo.

Así como dice un poema que me enseñó papá hace años:
“…disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes. Mantén el interés en tu propia carrera, por humilde que sea; ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos.”

Con amor,
tu florista de confianza,

Johanna.

 

Artículo anterior Artículo siguiente